TOXOPLASMOSIS Y EMBARAZO

La toxoplasmosis congénita se transmite por vía transplacentaria y la condición necesaria es que la madre sufra durante el embarazo una diseminación hematógena. Ello ocurre cuando la madre adquiere una primoinfección durante el embarazo y, mucho más raramente, si como consecuencia de una inmunodepresión coincidente con el embarazo se reactiva una toxoplasmosis latente. Dicha infección debe tomar previamente la placenta. La frecuencia de la placentitis y de la consiguiente infección fetal, depende de la edad gestacional a la cual ocurre.

Los bebés que nacen con toxoplasmosis (usualmente, cuando han recibido la infección entre el tercer y sexto mes) pueden desarrollar síntomas severos. Esto incluye hidrocefalia, calcificación en el cerebro y coreoretinitis (lesión de la retina). También pueden padecer, sordera y epilepsia. La mayor preocupación es que el problema visual quizás no se desarrolle hasta el final de la adolescencia. Los efectos de importancia médica ocurren en los recién nacidos con la infección adquirida in útero o en inmunosuprimidos (como en pacientes con SIDA o los que se someten a inmunosupresión por transplantes, terapia con esteroides o antineoplásicos).

Las manifestaciones clínicas en los recién nacidos va desde la típica tríada se Sabin (coriorrenitis, hidrocefalia y retardo psicomotor), a un cuadro visceral (hepatoesplenomegalia, ictericia) o similar a la sepsis, totalmente inespecífico. Estos niños sintomáticos al nacimiento son en realidad una minoría de los afectados. Casi 75% son asintomáticos al nacer y en estudios a largo plazo se ha demostrado que sin terapia adecuada la misma cifra, 75%, desarrollará coriorrenitis y 50% sufrirán daños neurológicos años o décadas después.